El país que se perdió el respeto a sí mismo
Escuchando el debate sobre la decadencia de España podría llegarse a la
conclusión de que ocurrió por accidente, que fuimos atropellados por el
infortunio.
Se habla de los corruptos como si fueran extraterrestres llegados de
un universo lejano. Miramos al exterior y envidiamos a los políticos de otros
países, sorprendidos por su estatura moral incluso a la hora de reconocer el
error y renunciar. Nos preguntamos por qué tenemos que conformarnos nosotros con
los mediocres, los cobardes y los golfos. ¿Nos los eligen en Finlandia? ¿No será
que son reflejo de la sociedad?
España se mira al espejo y no se gusta, pero tampoco parece dispuesta a hacer
nada por cambiar. Clama contra los políticos, pero vota a los de siempre. Se
indigna ante la corrupción, pero pregunta si puede pagar en negro. Detesta el
nepotismo, pero qué hay de lo de mi sobrino. Pide cultura, pero premia con las
mejores audiencias la televisión más zafia. Y exige respeto, aunque hace tiempo
que se lo perdió a sí misma.
Puede ocurrir que por traspiés de la historia, conflictos varios o mala
fortuna tu país acabe en manos de Franco en lugar de Churchill. Pero nada de
ello trajo la reelección de Zapatero, a Rajoy o a los glotones que ocupan desde
hace lustros comunidades y ayuntamientos. Lo hizo el voto consciente de
los ciudadanos. Los valencianos que dan la mayoría absoluta al PP semanas
después de que sus dirigentes sean imputados por corrupción. Los andaluces que
siguen apoyando a quienes desde el PSOE han convertido la región en un cortijo
de corrupción, derroche y caciquismo. La España, desde Ceuta a Orense, que dice
en las encuestas que volvería a apoyar masivamente el bipartidismo que ha
parasitado todas las instituciones, poniéndolas a su servicio. “Voto útil”, lo
llaman.
El resultado es esta España donde el presidente es incapaz de reunir siquiera
el coraje para enfrentarse a las preguntas de un grupo de periodistas cuando es
acusado de corrupción. La de los ex presidentes Felipe González y José María
Aznar, cobrando como consejeros de grandes empresas sobre las que legislaron
cuando estaban en el poder. La de Rodríguez Zapatero, que llegó a dirigir la
nación con un currículo que no le habría servido para encontrar trabajo en una
empresa familiar. La de Ana Botella, que en su mayor crisis al frente de la
alcaldía de la capital, y mientras familias madrileñas enterraban a sus hijas,
buscó un spa donde relajarse en Portugal. La España del rey que dice que es hora
de apretar los dientes, antes de fugarse con su “amiga entrañable” a cazar
elefantes a África. La de quienes otorgan trato de favor a Emilio Botín para que
regularice 2.000 millones de euros que su familia tenía en Suiza, pero exprimen
hasta el último céntimo a quienes no pueden pagarse un autobús a Zúrich. La
España de Bárcenas, amasando 22 millones de euros cuando hacía las cuentas del
partido en el gobierno, al parecer sin que ninguno de sus dirigentes se diera
cuenta. La de los 300 cargos públicos imputados por casos de corrupción que
probablemente serán reelegidos por esta España que luego se preguntará qué hizo
para merecerlos.
http://davidjimenezblog.com/2013/02/21