miércoles, 27 de julio de 2016

Barreras al teletrabajo

Barreras al teletrabajo

El excesivo arraigo de la cultura presencial impide el desarrollo de la labor a distancia

Sabel Reyes (40 años) se levanta a las 6.45, se ducha, se viste, desayuna en una cafetería del barrio mientras ojea el periódico y se va a trabajar. Una rutina similar a la de muchos españoles, con la particularidad de que cuando Sabel termina su café con leche y sus tostadas es a su casa adonde regresa para iniciar su jornada laboral. Forma parte de ese 6,6% de trabajadores (aproximadamente, 1.200.000) que, según el último informe Monitor Adecco de Oportunidades y Satisfacción en el Empleo, practican el teletrabajo en España.


Unas cifras exiguas en comparación con las de otros países de la Unión Europea. Y más si se tiene en cuenta que Internet o la nube han posibilitado que esta modalidad sea hoy tecnológicamente accesible para muchas más personas. El fuerte arraigo que la cultura de la presencia tiene todavía en España es, para los expertos, uno de los principales obstáculos. “La sensación de pérdida de control que supone tener a parte del equipo trabajando desde casa provoca mucho miedo. Para que el modelo tenga éxito es imprescindible concienciar a los mandos de que un trabajador puede sacar adelante sus tareas sin necesidad de una supervisión visual permanente”, recalca Ángel Largo, socio director de Grupo Solutio.

Entre las ventajas del trabajo en remoto figuran la reducción de costes, el aumento de la productividad, la disminución del absentismo o la optimización de tiempos al suprimirse los desplazamientos. El concepto de trabajo por objetivos es clave. “Hoy en día todo es medible. Si Google está interesado en un especialista de Arkansas, no le pide que vaya a trabajar a Silicon Valley. Lo contrata y mide su desempeño por objetivos”, afirma David Blay, autor de ¿Por qué no nos dejan trabajar desde casa? Este periodista freelance asegura que es necesario romper con algunas inercias que siguen imperando en las organizaciones, como la de equiparar eficiencia a duración de la jornada. “¿Quién es más productivo, el que pasa ocho horas delante del ordenador o el que consigue terminar sus tareas en tres?”.

De acuerdo a datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), sólo el 22% de las empresas nacionales cuentan con programas de teletrabajo. Pero incluso aquellas que se lanzan a abrazar sus bondades pagan la novatada. “Las empresas deben aprender que por el hecho de que el trabajador esté en su casa no va a estar las 24 horas del día disponible para ellas, ni que las tareas van a estar hechas antes”, comenta Arancha de las Heras, directora general de CEF, una editorial que está a punto de publicar con este sello El teletrabajo en España: un análisis crítico de normas y prácticas. malentendidos

No aclarar con el empleado quién costea los gastos de la oficina en casa o el uso que se permite de esos equipos fuera del trabajo también integran ese catálogo de errores. De igual forma, el trabajador necesita un rodaje. De las Heras recuerda que teletrabajar “no es compatible con atender al fontanero, cuidar a los niños o hacer la compra. Dentro de una cierta flexibilidad, conviene que el trabajador se marque unas rutinas y unos horarios. Sus compañeros necesitan saber a qué horas está conectado si se quiere que realmente la distancia no se note”.

A la canaria Sabel Reyes su pequeña liturgia del desayuno fuera de casa le permite ponerse “en modo laboral” cada mañana. Trabaja como directora asociada de Talento Global en Amadeus. Lo hacía en Madrid, hasta que hace ocho años circunstancias personales la obligaron a regresar a la isla. Llegó incluso a presentar su renuncia, pero entonces su jefe le ofreció la posibilidad de continuar trabajando desde casa. “El primer día fue duro, nunca había trabajado así y fue preciso un aprendizaje. Pero el balance es muy positivo porque me ha permitido compatibilizar mi vida personal con la profesional”, afirma. No es la única. El 10% de los cerca de 800 empleados que Amadeus tiene en Madrid realizan al menos una parte de su trabajo de forma remota. Para acogerse al plan sólo necesitan cumplir tres requisitos: “Que lleven un mínimo de dos años en la empresa, que su superior directo lo apruebe y que alcancen los objetivos que se les marque”, enumera Valle Rodríguez, su directora de Recursos Humanos.

La dosis de invisibilidad que inevitablemente acompaña al teletrabajador puede provocar que no se le pida opinión o que quede descolgado de posibles promociones. Por eso, aconseja Arancha de las Heras, “es vital no perder el contacto con la empresa, acudir a las reuniones importantes e incluso, si es posible, realizar algunas jornadas en la sede física”. Sabel Reyes viaja unas dos veces al mes a Madrid. “Trabajar en remoto es solitario. Echas de menos el contacto humano y tomar un poco más la temperatura del ambiente laboral”, lamenta. La comunicación es clave para contrarrestar esa sensación de aislamiento. “A veces lo más fácil es mandar un correo electrónico, pero yo me obligo a coger el teléfono, a hablar con la persona. Para que mis compañeros sepan que estoy disponible y que también ellos me pueden llamar cuando quieran. Que no me van a molestar si lo hacen, porque me van a encontrar trabajando”.


INTEGRACIÓN A TRAVÉS DEL EMPLEO REMOTO
El proyecto Discaltel nació en 2009 como una iniciativa de la Asociación Española de Expertos en la Relación con Clientes (AEERC). Su objetivo es lograr la integración de personas con discapacidad en plataformas de contact center. En la actualidad hay 11 grandes empresas del sector adscritas al programa, que desde su inicio ha dado trabajo a 1.700 personas con discapacidad, 44 de las cuales son teletrabajadores. “Para las personas con graves problemas de movilidad o que viven muy alejadas de los centros de trabajo, el teletrabajo es casi su única opción de conseguir un empleo remunerado. Supone un cambio radical en sus vidas, los ayuda a realizarse y a ser más independientes”, resalta José Luis Goytre, presidente de AEERC. 

Marino Muñoz (47 años) es uno de esos teletrabajadores. Padece distrofia muscular, una enfermedad degenerativa que le obliga a desplazarse en una silla de ruedas. Vive en Madrid y hace siete años que empezó a trabajar como teleoperador en DKV Integralia. Desde hace uno y medio lo hace desde casa. “Si tuviera que ir a la oficina tendría que coger tres autobuses, y esperar que la rampa funcione y que no haya ya un carrito de bebé u otra silla de ruedas dentro”, explica. Trabaja media jornada por las tardes, de tres a ocho. Estar solo “es un poco aburrido”, comenta. Pero le gusta su trabajo y se considera afortunado de estar en una empresa que no discrimina, confía en su valía y cuida de él. Un lugar en el que puede demostrar “que las personas con discapacidad trabajamos igual o mejor que cualquiera. Porque muchas veces la mayor barrera arquitectónica está en la mentalidad de las personas y de los empresarios”.