Yo propongo una prohibición, una sola, una prohibición ingenua.
La riqueza desmedida tan obscena y nauseabunda, nace de la violencia. Digan
lo que digan. Está claro que la sostienen millones de brazos hambrientos,
millones de seres condenados a la muerte, podridos por las enfermedades ,
reventados en las guerras, crucificados en el tajo, esclavizados por las
deudas.
Esto es una verdad incuestionable.
Los enriquecidos, los que exhiben su impunidad, esos déspotas bendecidos por
la cruz, son criminales. Sus huellas digitales están impresas en todos los
cadáveres.
No existe honradez entre quienes diezman la vida en nombre de la codicia.
Son delincuentes de la peor ralea. Francotiradores alegres. Asesinos en
serie.
Roban, estafan, mienten, explotan, enferman, guerrean, inventan, mutilan,
torturan, amordazan, entrenan para matar, pagan para matar, cobran por
matar.
Viven extrañamente vacíos de humanidad, por eso la rematan con sus tiros de
gracia.
Y por eso yo pienso que donde mejor estarían estos genocidas es entre rejas.
Sabemos sus nombres, van siempre a cara descubierta y de sus rostros gotean
millones de litros de sangre ajena.
La realidad es la prueba. Prohibamos la riqueza.
Silvia Delgado