lunes, 10 de diciembre de 2012

La navidad me produce urticaria; pero a otros los mata .

La navidad me produce urticaria;

pero a otros los mata

 
Empiezan a llenarse de miradas golosas los escaparates y de vaho de hambre los contenedores. Como el delito es rebuscar fruta en la basura pero no lo es prohibir que se regale la comida que sobra en los supermercados, como el crimen es tener apetito y no disponer de dinero para comprar alimentos, esta Navidad comerán los que se lo puedan pagar o los “inadaptados” que “desprecian” la ley. El resto tendrá el estómago vacío pero el corazón alegre, porque saben que en estos días “los peces beben en el río para ver a dios nacer”. Si eso no te consuela nada podrá hacerlo. 

Bailan algunos dedos en billeteras de piel robada a su legítimo dueño, sea cocodrilo, ternero o serpiente, extrayendo de ellas la Visa Oro, mientras otros dedos con las uñas algo más negras rozarán la piel propia dentro del bolsillo desfondado de un pantalón buscando monedas inexistentes. Al primero le basta con su firma para vivir instalado en el lujo, el segundo poco a poco irá olvidando su nombre para transformarse en “el indigente”, no por amnesia, sino porque para muchos ciudadanos, para Esperanza Aguirre y para Ana Botella es eso: una molestia que estorba, ensucia y huele mal. Pero no le tiene que importar, ¿verdad?, no debería porque sabe que mientras “las campanas se van poniendo una sobre otra él verá al niño en la cuna si se asoma a la ventana”. ¿Cabe mayor dicha? 

Una rubia que baila cargadita de lentejuelas te vende champán y un calvo que sonríe quiere colocarte lotería. Al final, como bajo el “¡pum!” espumoso del corcho no había felicidad ni en el décimo se escribía tu fortuna, acabas intentando ahogar en un vino barato (no te llega para otro) el desaire unos bombos traicioneros. Y mientras calculas si te compensa ir a cobrar los tres euros de la pedrea de una participación que compraste en el otro extremo de la ciudad (nunca toca la del bar de abajo), tú sonríes, porque te llegan una voces de fondo que cantan: “Ande, ande, ande, la marimorena, ande, ande, ande que es la nochebuena”. ¿A quién no le reconforta saber eso? 

¿La cena de empresa? Mira, este año te libras porque lo más probable es que ya no tengas empresa y en el INEM no consiguen encontrar restaurante para cinco millones de comensales. Y si todavía trabajas echa un vistazo a los puestos que se han ido quedando vacíos a tu alrededor, y comprenderás que esta vez no te tomas los chupitos a cargo de la “generosidad” de tu jefe. No te preocupes que Rajoy tampoco se va a gastar un euro en botellas. Al Presidente que iba a hacer todo lo que no ha hecho y que ha hecho todo lo que no iba a hacer, al Presidente que no iba a subir el IVA le regalan las cajas de Vega Sicilia y de Moet Chandon . Y ya que te acuerdas de él siempre le puedes entonar aquello de: “Ay del chiquirritín chiquirriquitín metidito entre pajas, ay del chiquirritín chiquirriquitín queridín, queridito del alma”. (Lo de metidito entre pajas no va con segundas). 

En las casas sí habrá comidas y cenas, como manda la tradición. Mesas puede que no tan abundantes como en otras ocasiones, más ofertillas y marcas blancas, menos denominaciones de origen y gran reserva pero algo no faltará sobre los manteles: la habitual exposición anual de la morgue: cadáveres enteros o troceados de animales que si tuvieron “suerte” poco antes corrían, volaban o nadaban, aunque lo más probable es que estuvieran estabulados en alguna celda a la espera de caer en tu plato. Bueno, es verdad que no todos te los comes, algunos los tarareas: “Hacia Belén va una burra, rin, rin, yo me remendaba yo me remendé, yo me eché un remiendo yo me lo quité…”. Eso sí, seguro que entre los regalos de los niños hay algún peluche para que lo acaricien y alguna película de Walt Disney para que lloren con los animalitos.

Sí, ya está aquí la Navidad. La p... Navidad. Vale vale, de crío también me gustaba, lo reconozco. Pero si me exigieron, nos exigieron, que dejáramos de ser niños para no volver a sentir compasión por ningún animal humano o no humano, excepto por nosotros mismos o los más allegados, por favor, no me reprochen ahora que también haya dejado de serlo para no consolarme ya con una farsa llena de hipocresía y de letras estúpidas de villancicos. Bueno, no todos me causan esa repulsión, alguno incluso lo aplaudo, como la Canción de Navidad de Silvio Rodríguez, pero esa nunca se escucha en Cortylandia. ¿Será porque dice así?: “La gente luce estar de acuerdo, maravillosamente todo parece afín al celebrar. Unos festejan sus millones, otros la camisita limpia y hay quien no sabe qué es brindar”. 

Julio Ortega Fraile