jueves, 8 de octubre de 2015

Política y conciliación familiar

Política y conciliación familiar


Es lunes y suena el despertador a las 7.10 de la mañana. Deslizo el dedo sobre la pantalla de mi móvil para alargar cinco minutos más el momento de sueño. 7.15, de nuevo la alarma, me levanto. Voy a la cocina para preparar el desayuno para la familia, mientras mi hija aún está dormida. 7.40, ya es hora de despertar a toda la familia, con el desayuno preparado y la cafetera silbando. Elijo la ropa de la enana con el cepillo de dientes en la boca. 8.10, salgo para dejar a la niña en la guardería y llegar puntual al trabajo, donde entro a las nueve de la mañana.

Son las 14h, salgo a comer con mis compañeros, y dos horas más tarde me vuelvo a sentar en mi sitio, algo cansado y pensando en la tarde que me espera. Las 19h, salgo de trabajar. Vuelvo a casa para a llegar a las 20h, preparar el baño de la peque y la cena para todos. También toca limpiar o planchar un poco, otras veces toca hacer la compra (ya casi siempre por internet). A las 22h casi hemos acabado la jornada. La niña está acostada y yo aún no he podido dedicarle un minuto a mi pareja, y mucho menos a mis amigos... O incluso a mí. Rendido, caigo dormido en el sofá frente al televisor.

Seguro que a muchos de vosotros os suena familiar. Esa semana que los privilegiados que trabajamos 40h vivimos habitualmente.

Pues este ejemplo, de los miles que se dan a diario en la mayoría de las empresas españolas, con horarios heredados de nuestros abuelos (antes de la guerra civil había horario europeo), que necesitaban más de un trabajo para poder llevar comida a casa. Este ejemplo, en el que las horas no corresponden con su franja horaria, cuyo retraso se debe, en gran medida, a la brillante idea de algún estadista en el año 1942, que quería igualar la hora con la Alemania Imperial. Este ejemplo, con horarios poco flexibles, presencial y rígido. Este ejemplo es eso, un ejemplo. Desgraciadamente, el teletrabajo está en las tasas más bajas de los países con los que pretendemos medirnos en modernidad.

En nuestro país, cuando pensamos en política, no buscamos más que el laissez-fairedel cortoplacismo. No ejercemos responsabilidad alguna en la toma de decisiones y hacemos dejación absoluta de funciones sobre los políticos que votamos cada cuatro años.

La conciliación familiar, la conciliación con los amigos, con nosotros mismos, con el resto de nuestras vidas lleva años siendo una letanía que se escucha en estadísticas cada cierto tiempo. Escuchamos sorprendidos que un amigo ha salido de trabajar antes de comer o que puede elegir qué días trabaja desde casa. Hemos llegado a escuchar en las noticias que en países como Francia, y otros más hacia el norte, son mucho más productivos que nosotros, y sin embargo, sus jornadas laborales son inferiores a las nuestras y trabajan menos años (se jubilan antes).

Pero nosotros no terminamos de entenderlo. De hecho, hay veces que nos sentimos orgullosos de trabajar más que en cualquier otro país europeo, acabando con el mito de que los españoles somos unos vagos que no hacemos más que dormir la siesta.

A día de hoy, ningún Gobierno se ha tomado verdaderamente en serio este tipo de cuestiones. ¿La razón? Si bien los motivos últimos me son desconocidos, quizá sea la falta de interés que suscitan temas como éste. Al fin y al cabo, no conllevan ninguna polémica asociada.

La gente que tiene vida es más productiva, más alegre, más activa y más creativa. En este país hacen falta políticos valientes y con ideas nuevas, que se atrevan a probar nuevas fórmulas allí donde otros ni siquiera lo han intentado. Es el momento de pensar en las personas y no en las empresas pero... Es que en este caso, pensar en las personas implica mejorar los resultados de las empresas.

En nuestro país algunos dicen que debemos trabajar más y cobrar menos (luego se suben el salario), otros dicen que somos poco productivos, otras prefieren contratar mujeres que no vayan a tener hijos..., y seguimos aplicando las mismas recetas fallidas a los mismos problemas.

Quizás merece la pena analizar algunas experiencias diferentes: cuando una importante empresa española decidió cambiar la jornada partida por jornada intensiva, pocos eran los que imaginaban que la tan manida productividad iba a aumentar más de un 6%, el absentismo reducirse más de un 20% y los accidentes laborales más de un 15%. No sólo esto, las empresas que ofrecen a sus trabajadores mayor flexibilidad laboral son capaces de retener a sus trabajadores una media del 14% más. ¿Algún empresario o político es consciente del valor que genera una plantilla con una media de 14% superior para empresas cuyo valor es el conocimiento? Evidentemente, no, porque si no la re-conciliación sería una de las grandes apuestas electorales y un valor seguro para las empresas.