Cuando los pobres nos creímos clase media
Artículo de opinión de Antonio Pérez Collado, secretario de Acción Social CGT-PV, publicado en Levante-EMV
No hay político ni tertuliano que no apelen insistentemente a lo que ellos llaman clase media, como víctima de la crisis y sus recortes o motor de las soluciones que proponen para arreglar el país. Aceptando la posibilidad de que algunos periodistas y politólogos hayan olvidado casi todo lo que intentaron enseñarles en la facultad, no pude ser inocente tanta coincidencia en meter en el saco de una clase superior a la mayoría de la población, el antiguo proletariado, cuya única aparente coincidencia con la verdadera clase media (según las aceptadas definiciones de Weber, Marx y otros teóricos) es la posesión de una modesta vivienda y un automóvil (o varios) por familia, en la mayoría de los casos pendientes del pago al banco de respetables cantidades aplazadas.
Que la clase trabajadora muerda el anzuelo que desde la pantalla catódica se le ha venido lanzando por los ideólogos del sistema hegemónico tiene muchas más implicaciones y consecuencias de lo que, a primera vista, pudiera pensarse. Si un operario de la cadena de Ford o una cajera de Mercadona (por poner algún ejemplo) han dejado de considerarse clase obrera, simplemente porque cobran una nómina que les permite acceder limitadamente al consumo, eso supone también que en el mismo lote les han inoculado la idea del individualismo más insolidario y competitivo.
A partir de esta aparente y falsa pertenencia a la clase media y al libre mercado, el trabajador habrá perdido la que ha sido su clásica herramienta para mejorar las condiciones de vida, su garantía de protección ante los más que previsibles abusos de la patronal. Históricamente, la conciencia de formar parte de una colectividad, de una clase social, unida y solidaria, dispuesta a defender y a reivindicar mejoras salariales y sociales, ha permitido las grandes conquistas que hasta ayer mismo disfrutábamos aquellas personas cuyas únicas posesiones son nuestras manos y nuestra formación, con las que tenemos que ofrecernos a los dueños de las empresas por un salario cada día más menguado y más volátil e inseguro.
No ha sido mala estrategia del capitalismo arrancarnos sutilmente la identidad colectiva al numeroso sector social que nos vemos obligados a depender de la venta de nuestra fuerza de trabajo para poder vivir y sacar adelante a nuestras familias. Si nos hemos creído que somos igual que los comerciantes, notarios, rentistas, hacendados... ahora estaríamos pagando el error; un valioso error para las clases dominantes, todo sea dicho. Lo que no tiene ninguna explicación es que los partidos y sindicatos mayoritarios de izquierdas (de clase, se supone) también se unan a la moda y hablen sin rubor de los problemas de la clase media, cuando la que de verdad tiene problemas (y gordos) es la clase trabajadora de la que sindicalismo y socialismo nacieron en el siglo XIX. ¡Quién lo diría escuchando a sus herederos!
Antonio Pérez Collado