El anarquismo como catapulta:
entrevista con Tomás Ibáñez (II)
Entrevista con Tomás Ibáñez, militante histórico y teórico anarquista de referencia, sobre la actualidad del anarquismo.
Mayo del 68: tecnologías, liderazgos y logros
Y de pronto Mayo del 68. Hablas de Mayo del 68 como un “regalo”. ¿Por qué un “regalo”? ¿Cuál fue el contenido del regalo?
Tomás Ibáñez. Un auténtico regalo es algo que te ofrecen para darte placer, sin obligación y sin pedir nada a cambio. Si no lo esperas, si es una sorpresa y si te colma de satisfacción, el regalo aún se crece más en su condición de “auténtico” regalo. Eso fue para mí Mayo del 68. En lo inmediato, el contenido del regalo fue la oportunidad de vivir durante varias semanas un verdadero sueño, de presenciar unas escenas que usualmente sólo alcanzamos a ver cuándo los sueños nos transportan lejos de las realidades cotidianas. Y también consistió en demostrar, fácticamente, que aquello que, increíblemente, estaba ocurriendo era posible puesto que, precisamente, estaba ocurriendo.
Con posterioridad, el regalo consistió en dejar un recuerdo que sigue trasladando aquel periodo al presente como si el tiempo no existiese, sin alterar la intensidad de las vivencias que allí acontecieron. Y también consistió en arraigar el convencimiento de que si aquello había ocurrido podía volver a ocurrir, con otros matices, en otros contextos, pero con las mismas características básicas.
Me gustaría citar aquí la descripción de la vivencia de Mayo del 68 que hiciste en el número de Archipiélago que dedicamos a Mayo del 68:
(…) Estamos quizás en el momento álgido de Mayo, las vivencias fluyen de forma incontenible y las vuelco aquí de forma desordenada. Sentimiento de ser parte de una comunidad creada muy rápidamente pero atravesada por lazos muy intensos que, paradójicamente, parecen venir de antiguo, inserción en un "nosotros" formado por muchos desconocidos y sin embargo muy cercanos, muy cómplices, creación de nuevas relaciones sociales, nuevos amigos. Necesidad de estar siempre disponible, en cada instante, siempre en alerta, delante de un futuro inmediato que se va construyendo en el momento, sin predeterminaciones. Atrapados en un ritmo desenfrenado, vertiginoso, mezcla de exaltación y de agotamiento, impresión muy fuerte de estar haciendo historia, de ser protagonista, de estar teniendo efectos sobre la realidad, de estar constantemente confrontados a desarrollos imprevistos que superan a sus protagonistas, y, durante un tiempo, impresión de ir cada día a más, de acertar en las acciones emprendidas. Alegría y entusiasmo, un placer nacido de la propia acción en la que se esta inmerso. Deseo muy intenso de que aquello no acabara nunca. Impresión de que uno estaba haciendo colectivamente cosas que no se podían hacer y que eran impensables hasta ese momento. Impresión de estar desafiando lo establecido, el poder, lo intocable. Impresión de haber puesto la máquina "fuera de control", de haber lanzado un proceso de reacciones en cadena, imparable e imprevisible…
Un proceso de reacción en cadena, imparable e imprevisible, que detonaron los estudiantes pero que alcanzó enseguida al movimiento obrero, desembocando en pocos días en una huelga general masiva que paralizó durante un mes el país entero. La velocidad e intensidad de la comunicación entre distintos sujetos fue potentísima. Pero... ¿dónde estaba Twitter?
Tomás Ibáñez. Acontecimientos como los de Mayo del 68 se han producido en otros momentos de la historia, efervescencias populares que estallan de imprevisto y donde la gente “actúa por sí misma“ no han esperado al surgimiento de las nuevas tecnologías ni a la constitución de las redes sociales. Creo, eso sí, que en cada época esas efervescencias populares, a la vez destructivas y constructivas, han sabido apropiarse y utilizar las tecnologías existentes, la radio fue importante en Mayo del 68, y los talleres de serigrafía, entre otras cosas. Sin embargo, en todas esas situaciones de efervescencia creadora nada puede sustituir la copresencia física de las personas, los gestos, las voces, las miradas, las palabras, los roces.
También creo, como lo explico en mi libro, que las nuevas tecnologías y las redes sociales tienen unas características que fomentan el proceso de auto-organización de la gente en situaciones de efervescencia popular, pero no porque se usen con fines y resultados autorganizativos, sino simplemente porque propician confluencias masivas sin que exista una estructura previa, un plan preestablecido, una dirección que ordene y canalice las actividades.
Mientras que el primer 15M se caracterizó por el anonimato (ningún “rostro” en particular se convirtió en el símbolo de la protesta), hoy se da, en torno a las figuras (tan distintas) de Ada Colau o Pablo Iglesias, un debate sobre la necesidad o pertinencia de los liderazgos. Te quería preguntar tu opinión sobre el particular y sobre el “liderazgo” de Daniel Cohn-Bendit en Mayo del 68, el líder paradójico de un movimiento que se caracterizaba por su rechazo de la delegación y la representación. ¿Qué aportaba el liderazgo de Cohn-Bendit y qué limitaba?
Tomás Ibáñez. Los liderazgos siempre son tanto más peligrosos cuantos más carismáticos, y es innegable que todo el sistema actual concurre para instituir y potenciar liderazgos. En la sociedad del espectáculo los rostros venden, y también tranquilizan cuando sustituyen al anonimato de las efervescencias colectivas. Ciertamente, los liderazgos ayudan a visualizar los movimientos y a ampliar su presencia mediática pero el precio a pagar es altísimo. ¿Cuántos líderes aceptan volver al anonimato antes de que se agoten sus posibilidades de seguir siendo líder? Ada Colau constituye sin duda una grata excepción.
El liderazgo en movimientos basados en la democracia directa constituye una aberración. Daniel Cohn-Bendit tuvo, indiscutiblemente, un papel de líder, pero era un líder atípico, no pretendía “representar” al Movimiento del 22 de Marzo que, además, no tenía cargos ni ningún portavoz oficial permanente y que decidió auto disolverse al cabo de unos meses. Dany también era atípico porque participaba políticamente de la idea de que no debía haber líderes, lo que le situaba en una difícil posición qué chirriaba con sus convicciones y con las de sus compañeros. Su papel de líder suscitaba críticas internas y se tomaban medidas para cuestionar ese liderazgo, como por ejemplo convocar ruedas de prensa utilizando su nombre para que acudieran los medios, pero donde era otro compañero el que intervenía finalmente, explicando que Cohn-Bendit era un nombre colectivo (“todos somos Cohn-Bendit”) bajo el cual podía hablar cualquier miembro del 22 de Marzo.
En algún sitio dices que no tiene mucho sentido hablar de Mayo del 68 en términos de “éxito” o “fracaso”, ¿por qué?
Tomás Ibáñez. No se puede hablar de éxito o de fracaso porque esos términos sólo se aplican a acciones intencionadas y Mayo del 68 no fue un proyecto, ni se fraguó para alcanzar unos objetivos, fue un ”acontecimiento“ en todo el sentido de la palabra. Ahora bien, los acontecimientos suele tener efectos y producir cosas. Mayo del 68 fue un acontecimiento de cierta magnitud, objetivable en términos cuantitativos de participación popular o de duración, etc. Sin embargo, sus efectos, al igual que ese batir de alas de una mariposa en Australia que provoca una tormenta en Europa, fueron infinitamente superiores a su magnitud y aún se manifiestan al cabo de medio siglo. Sencillamente, Mayo del 68 cambió la cultura política, practicas incluidas, de la disidencia, por una parte, y muchos de los supuestos culturales de la sociedad por otra parte. En efecto, las actuales prácticas del antagonismo social popular enlazan en buena medida con las que alentó Mayo del 68 y el efecto que tuvo sobre los cambios culturales respecto de la identidad sexual, por ejemplo, son innegables.
Actualidad del anarquismo: transformar la sociedad sin tomar el poder
¿Qué puede aportar el anarquismo a los movimientos actuales?
Tomás Ibáñez. Una de las claves más interesantes que puede aportar a mi juicio es la relevancia de “lo prefigurativo” frente a la escisión entre medios y fines típica de la política clásica. Es un principio básico del anarquismo: no sacrificar ni supeditar los valores que se defienden en el presente a unas promesas que, por definición, siempre apuntan al futuro. En cualquier caso, ese futuro que se anhela debe estar “ya presente” en los pasos que se dan para construirlo, lo “prefigurativo” no significa otra cosa que esa necesaria presencia.
El anarquismo siempre ha propuesto una “revolución en el presente” que remite a la desconfianza hacia cualquier discurso que base su fuerza persuasiva en las promesas que ofrece y a la prevención hacia cualquier práctica que sólo se oriente a preparar el futuro. Su ética está atravesada de cabo a rabo por la exigencia de reducir al máximo la distancia entre lo que se dice y lo que se hace, o entre lo que se quiere ser y lo que se es.
Otra clave sería sustituir la idea de “toma del poder” por la de "transformación de la sociedad”. ¿Te parecen dos términos dicotómicos, vasos comunicantes?
Tomás Ibáñez. Una vieja idea anarquista dice que nunca se toma el poder, que el poder siempre te toma a ti tan pronto como crees haberlo tomado. Agustín García Calvo lo sintetizaba muy bien cuando declaraba que “el enemigo está inscrito en la forma misma de sus armas”, tomar sus armas es transformarse ya en el enemigo. Una de las lecciones básicas del anarquismo pasa por asentar la convicción de que quizás no haya camino, pero que, en cualquier caso, el camino del poder nunca puede ser el camino.
La idea de transformar la sociedad sin tomar el poder, que goza hoy de cierta popularidad, siempre ha inspirado al anarquismo y, claro, le ha puesto en la delicada situación de tener que conciliar el sensato posibilismo que exige mejorar lo mejorable o, también impedir lo peor, y el indispensable radicalismo que apunta hacia la incongruencia de comprometerse con aquello mismo que se cuestiona. La solución más satisfactoria siempre ha sido de tipo “indexical”, es decir, hacer una valoración en función de cada contexto particular, o, dicho de otra forma, no “escindir” radicalmente los valores de las situaciones en las que intervienen, lo que no significa, por supuesto, “supeditarlos” a las situaciones, cosa que nos haría vulnerables a la seducción ejercida por “los atajos del poder”.
Para terminar, Tomás, ¿no crees que muchas veces el anarquismo (como movimiento organizado, como ideología o como identidad) es el principal enemigo de las ideas/prácticas anarquistas?
Tomás Ibáñez. Yo no diría que “el principal enemigo”, hay muchos otros y mucho más letales, empezando por la represión, pero sí que el hecho que el anarquismo constituya unas organizaciones que reproducen inevitablemente las características, más o menos acentuadas según los casos, de todas las organizaciones (estructuras, luchas y apetencias de poder, tendencia a convertir la organización en un fin en sí mismo, patriotismo de organización, etc.), el hecho de que el discurso anarquista se petrifique en ideología y que el peso de la historia construya una identidad anarquista enquistada en un patrón fijo e inamovible, no sólo limita la proliferación del anarquismo encerrándolo en un gueto, sino que representa, además, cierto cuestionamiento de sus propias premisas.
Por eso es necesario actuar constantemente para que el anarquismo sea movimiento, para que sus aguas se mantengan siempre turbulentas y para que no se aparte nunca de una sensibilidad crítica dirigida, incluso, hacia sí mismo. Si de una cosa estoy seguro, y puede que sea la única, es que no hay anarquismo más genuino que aquel que está dispuesto a poner constantemente en peligro sus propios fundamentos volviendo hacia sí mismo la más irreverente de las miradas críticas.
eldiario.es